La fotosíntesis es un proceso natural que llevan a cabo las plantas para producir su energía –glucosa– a partir de luz, agua, y dióxido de carbono. En el laboratorio, los químicos tratan de imitar a las plantas con la fotosíntesis artificial.
La fotosíntesis artificial utiliza los mismos ingredientes que la natural: luz, agua, y dióxido de carbono. Sin embargo, el producto no es azúcar, sino combustibles como el gas natural –metano– o alcoholes. Estos combustibles almacenan energía que liberan cuando se queman. Tienen una gran ventaja frente a la glucosa: podemos aprovecharlos fácilmente en nuestros coches, calderas, máquinas e industrias.
Gracias a la fotosíntesis artificial podemos reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Los combustibles que generamos han atrapado el dióxido de carbono de la atmósfera. Al quemarlos, se emite exactamente la misma cantidad. Este ciclo cerrado es completamente sostenible y no repercute en la contaminación atmosférica. Además, los procesos para producir combustibles mediante fotosíntesis artificial son mucho más eficientes y ecológicos que los procesos para obtener combustibles fósiles.
Para lograr llevar a cabo la fotosíntesis artificial es necesario el desarrollo de catalizadores que imiten a la clorofila –encargada de captar la luz en las hojas de las plantas– y a los fotosistemas –unas enzimas de las células vegetales que transforman el agua y el dióxido de carbono en glucosa. Para que la fotosíntesis artificial sea un proceso viable y poco contaminante, los catalizadores están basados en metales abundantes y baratos como el hierro, el cobalto, o el níquel.